Durante los últimos meses el fenómeno migratorio ha estado en el centro informativo. Raro era el día que no afloraba alguna cuestión que tuviera como tema alguno de los múltiples aspectos con los que se relaciona esta realidad. Con dolor hemos sido testigos de la llegada de cayucos en condiciones infrahumanas, de tragedias que se siguen produciendo en los tránsitos, del colapso de los centros de acogida, del espectáculo político por las reacciones partidistas acerca de la gestión, de episodios de rechazo en algunos lugares, pero también de experiencias de acogida e integración de inmigrantes, de iniciativas e intervenciones realistas y acordes.
Son muchas las perspectivas desde las que mirar este fenómeno. Pero erraremos si no somos capaces de descubrir que detrás de cada experiencia migratoria está siempre una persona. Una persona en su misterio de libertad y en su vocación de desarrollo. Cada persona en su singularidad y con su historia. Una persona como nosotros que desea vivir mejor, tener esperanza, futuro, horizonte… en definitiva, tener vida, ser más. Y junto a cada persona también hay una familia que la acompaña y sufre su ausencia, que la alienta y pone en ella su confianza. Y hay además todo un pueblo que, como siempre que hay migración, se desangra en sus hijos mejores y más preparados.
No descubro nada nuevo porque nuestra tierra de Galicia sabe mucho de emigrar. Así me lo habéis contado en tantos encuentros que voy teniendo con vosotros. Así lo han hecho millones de gallegos que salieron de estos terruños para buscar una vida mejor que aquí se les negaba o veían imposible.
Este domingo se celebra la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. Un día para pensar personalmente, pero también como Iglesia y como sociedad, cómo afrontar este fenómeno complejo que, en palabras de Benedicto XVI, se convierte en un “drama multidimensional”.
Con ese objetivo de reflexionar sobre nuestras dinámicas actuales me parecen acertadas las palabras de los obispos españoles en su mensaje para la ocasión: “Hemos de reconocer que todavía tenemos zonas de sombra en nuestro mirar y actuar personal o comunitario respecto a las personas migradas o refugiadas. Hemos de vigilar para que las ideologías no determinen, ni contaminen esa mirada. Evitemos reduccionismos que, con la excusa de la legítima diversidad de opciones y visiones políticas, agrieten la comunión entre católicos y la comunión con los más empobrecidos. Por ello, a los migrantes no los idealicemos, pero tampoco los despreciemos o problematicemos. No son mejores ni peores que nosotros, son nosotros”.
Reconocemos que el fenómeno, sin ser nuevo, es complejo y se convierte hoy, quizás, en el mayor reto como sociedad y comunidad internacional. Entre todos tenemos que seguir construyendo y lo debemos hacer desde algunos principios que todos podamos compartir. Los expresaba magníficamente el Papa recientemente: “En una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena”.
En esta jornada os invito fundamentalmente a estrechar la mano de una persona migrante, conocer su historia, encontrarnos con ella. Sólo el conocimiento y la relación nos permiten superar prejuicios, ideologías, rechazos, falsas noticias. Cuidemos la relación con ellas, además, desde el convencimiento de que el encuentro con los migrantes es también un encuentro con el mismo Cristo
Vuestro hermano y amigo,
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